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Título : La valoración de la otredad en Heródoto de Halicarnaso : abordar, comprender y exponer la alteridad
Autor : Bancalari Molina, Alejandro
Torres Álvarez, Carlos Alejandro -- torresalvarezcarlosalejandro@gmail.com
Universidad del Bío-Bío. Escuela de Pedagogía en Historia y Geografía (Chile)
Palabras clave : HERODOTO,484-406 ANTES DE CRISTO
VALORACION
CULTURA
HISTORIA
Fecha de publicación : 2018
Resumen : ¿Imaginaria Heródoto la fama póstuma de sus escritos? Seguramente de haberlo sabido habría recibido la noticia con gran alegría, pues su objetivo original quedo de manifiesto desde el inicio de su empresa “La publicación que Heródoto de Halicarnaso va a presentar de su historia se dirige principalmente a que no llegue a desvanecerse con el tiempo la memoria de los hechos públicos de los hombres, ni menos a oscurecer las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como de los barbaros”. La valoración de la obra de Heródoto posee su justa medida al comprobar que es la primera obra extensa de la prosa griega. Ya a finales del siglo VI y primera mitad del V a.c. se escriben tratados filosóficos en prosa como los de Heráclito y Demócrito; crónicas locales con elementos etnográficos, obra de los llamados logógrafos como Cadmo de Mileto. Todos estos son tratados de corta extensión. La narración de Heródoto, tanto en su aspecto literario como en su aspecto histórico, no tiene comparación en la prosa griega de su época. Su relevancia es solo equiparable a la gran epopeya homérica, aunque hay diferencias claves que deben ser mencionadas, por ejemplo, al referirse al rapto de mujeres, de uno y otro bando, Heródoto las asume como meras leyendas, pero no son considerados la causa real de la guerra, por ello prefiere apuntar a hechos comprobables, por lo que su historia inicia con Creso, rey de Lidia, el primero en agredir a los griegos. En coherencia con lo anterior, Heródoto nos va a transmitir hechos de hombres protagonizados por los hombres; los dioses apenas aparecen en las Historias y, si son aludidos, nunca actúan directa y personalmente como sucede en la Ilíada o en la Odisea. Con tal multitud de acontecimientos y de descripciones geográficas y etnográficas, Heródoto nos presenta un vasto panorama físico y humano del Mediterráneo Occidental, con incursiones de Asia, en África y aun en España. Y por sobre todos estos pequeños y grandes sucesos configura una especie de modelo histórico, que parece regir la historia de todos los pueblos: a un momento de esplendor, sobre todo cuando va unido al orgullo y la vanidad, sucede la desgracia, que coloca a los seres humanos en su lugar, restableciendo el equilibrio inicial; éxitos y fracasos que se suceden para enseñar al individuo su modesta significación en el curso de la historia. La información que tenemos respecto a la vida de Heródoto no son todos fiables, pero también hay algunos datos contrastados que nos permiten reconstruir las líneas generales de su biografía. Nació en Halicarnaso, ciudad griega de Caria, situada en el sudoeste de Asia Menor, que había sido fundada por emigrantes griegos del Peloponeso. También Turios ha sido considerada la patria de Heródoto desde la segunda mitad del siglo IV a.c. Así lo afirma Aristóteles en su Retórica y, siglos después, Plutarco dice que algunos manuscritos ofrecen la variante “Turios” para referirse al origen de Heródoto. Sí que sabemos que el historiador participo en la fundación de esa colina ateniense, propuesta por Pericles en 444 a.c. Cronológicamente es imposible que naciera allí, pues ya era relativamente reconocido cuando se funda esta ciudad en el sur de Italia. La mayoría de los especialistas postulan que fue Halicarnaso, en tanto que el autor demuestra conocer minuciosamente esta región. Debió nacer, a juzgar por su propia obra, entre los años 490 y 480, fecha de la batalla de Maratón. Heródoto nunca habla como contemporáneo de las Guerras Medicas, aunque en la redacción de algunos acontecimientos, evidencia que ha sido informado por personas mayores que participaron en la contienda. Quizá naciera en 484, fecha que nos ha legado la tradición. Es probable que el historiador tuviera una buena educación literaria, esto, a juzgar por el conocimiento que demuestra de Homero y Hesíodo, así como de los logógrafos, por ello podemos deducir que pertenecía a una familia distinguida e ilustrada, en este sentido, parece ser que Paniasis, un reconocido poeta de la época, era su tío, este, fue ejecutado por el tirano Ligdamis, y, Heródoto fue exiliado a la isla de Samos. El historiador parece conocer muy bien los monumentos y la historia de Samos, además de demostrar un gran aprecio por la isla. En la narración misma del texto no se hace explicito que estuvo en Atenas, sin embargo, según variados documentos y el buen conocimiento que demuestra de la ciudad, es seguro que paso allí alguna temporada, se estima, además, que mantuvo diálogos con Sófocles, destacada figura de la tragedia griega, autor de obras como Antígona y Edipo rey. Esta especie de amistad es evidenciable en la afinidad de los sentimientos religiosos, la común creencia en los oráculos y la semejanza de algunos pasajes de Antígona. Heródoto fue un historiador, pero también, y, con la misma intensidad, un viajero. Mucho se ha estudiado esta dimensión del historiador, en tanto que el mismo confiesa, en algunos casos, que cuenta de oídas. La mayor parte de su narración denota un tono vehemente que deja la certeza de que fue vivido personalmente. ¿Con que intención viajaba? Heródoto se comporta esencialmente como un historiador, es decir, tenía la pretensión de investigar en base a su experiencia personal. No se tiene conocimiento de los medios que utilizaba para este fin. Quizás, su riqueza familiar o personal le permitía aquello, o tal vez, durante sus viajes realizaba trueques o llevaba consigo mercancías que vendía según sus necesidades. Es fundamental señalar que Heródoto no dio nombre alguno a su obra. El termino griego “ιστορία” que aparece en el proemio, es el que ha quedado transcrito fonéticamente al frente de la obra. Sabido es que el concepto griego se traduce como “investigación”, “inquisición” en el sentido de búsqueda. Por ello, Heródoto concibe la historia como lo investigado por el mismo. Para un lector no avisado, Los nueve libros de la Historia, parece ser un texto digresivo y elaborado sin previo plan, sin embargo, todas las partes de la obra se articulan en torno al tema central, a saber, la guerra entre Grecia y Asia desde los tiempos míticos hasta la invasión de Jerjes en Grecia y la posterior derrota del tirano. Los primeros libros, más descriptivos y con apariencia de dispersión, son los que dan a conocer el escenario y la dimensión del conflicto que se arroja en los últimos libros, que son más narrativos. Es conocido que la división actual, en nueve libros, no fue elaborada por Heródoto, sino de algún escritor alejandrino, quien además debió de anteponer a cada libro el nombre de una musa. El historiador alude a las partes de la narración que él llama “logoi”. Cada “logos” constituye la exposición de la geografía, las costumbres, las creencias y la historia de un pueblo: una unidad con bastante autonomía dentro de la obra. Un ejemplo es el referido al mundo egipcio que coincide en la división alejandrina con el libro II. Estos “logoi” se diluyen a partir del libro V cuando la acción se centra en las Guerras Médicas. En esta parte, surge una pregunta espontanea, ¿cómo concibió su obra el autor? ¿siguió el orden con que ha llegado a nosotros? Es más verosímil creer que no. Lo más coherente es considerar que algunos “logoi” fueron redactados antes de que decidiera escribir el grueso de la obra. Hay dentro de la obra pruebas que nos dicen que esta fue reordenada en algún momento, y, sin duda, falto una revisión final. En efecto, se observan contradicciones, repeticiones, descripciones de lugares habiendo sido mencionados previamente, etc. Es particularmente curioso que Heródoto proponga que hablara acerca de la caída de Nínive, o contarnos la historia de los reyes de Babilonia, ya que parece ser que pretendió escribir un logos asirio, pero finalmente no lo hizo. Es discutible y complejo determinar si Heródoto tenía la intención de continuar la obra o la dio por terminada, sin embargo, si atendemos a los últimos párrafos de la obra, comprobamos que hay en ellos una cierta voluntad de cierre: los persas le proponen a Ciro trasladarse a otras tierras más fértiles, ya que dominan gran parte de Asia, y lo razonables, dicen, es que las mejores tierras sean para los más poderosos. La respuesta de un Ciro imperturbable e impasible es una verdadera lección histórica; el rey exhorta que así lo hagan, pero les advierte que se dispongan desde ese momento a no mandar más, sino a ser por otros subyugados, pues no hay en el mundo, tierra que produzca al mismo tiempo frutos obsequiados y valientes guerreros. Los persas aceptan el consejo de Ciro y prefieren vivir siendo señores en un país huraño que ser mandados disfrutando del mas delicioso paraíso. El final es moralizante y a la vez posee altura épica, por ello, no puede ser fortuito. El valor histórico de una obra se mide también por la postura del narrador frente a los hechos. Es sorprendente que en una guerra tan dilatada entre griegos y persas un sujeto griego no tome partido por uno de los dos bandos. Griegos y barbaros son mencionados en un plano de igualdad. Aunque el historiador se siente griego, no duda en reconocer a los pueblos barbaros la antigüedad de sus culturas, el valor de sus soldados o la riqueza de sus monumentos. Se percibe en él, una cierta admiración por Egipto; todo el libro II es un dispendio de halagos y simpatía por esa cultura milenaria cuyos esplendores estaban ya distanciados temporalmente al viajero. Su carácter abierto y receptivo, eje principal de esta investigación, le permite comprender las costumbres extrañas de otros pueblos, su índole es moderno y cosmopolita y como tal es capaz de dilucidar el principio etnológico de cada pueblo: “tan persuadidos están todos de que las más hermosas costumbres son, con mucho, las que ellos mismos poseen”. De los persas, enemigos endémicos de los griegos, alaba su sinceridad y lealtad, las derrotas persas las explica por su inferioridad en armamento y táctica, nunca acusa falta de valentía. Por el contrario, es capaz de reconocer algunas flaquezas y debilidades de los griegos cuando es preciso. Luces y sombras de cada pueblo y de cada personaje celebre discurren por la narración herodoteana, lo que otorga un aire fresco y desinteresado que se evidencia aun con las traducciones actuales. Precisamente por ese reconocimiento de las virtudes de los barbaros, el moralista y biógrafo Plutarco le reprocha y le denomina “philobarbaro”, es decir, amigo de los barbaros. A pesar de los reconocimientos a otros pueblos y ciudades, Heródoto destaca por encima de los demás el papel de Atenas en las Guerras Medicas; a propósito de la batalla en Maratón, comenta que los atenienses fueron los primeros que se atrevieron a contemplar frente a frente las vestiduras de los medos y a los hombres que las llevaban, cuando hasta entonces el solo nombre de los medos infundía pavor a los helenos. Su agrado por Atenas no era ciego y supo reconocer, por ejemplo, la crueldad de los atenienses con los heraldos de armas persas o la cobardía y deslealtad de aquellos atenienses que en Maratón se pasaron al bando enemigo. Si es que acaso cabe mencionar alguna debilidad en la obra herodoteana, podemos comentar la inexistencia del análisis político, no hay alusión a las reformas de Licurgo y de Solón, tampoco se detiene a reflexionar en la evolución de la democracia ateniense de Pisistrato a Pericles. Heródoto tampoco detalla demasiado las batallas, no le interesan los movimientos estratégicos ni las cuestiones tácticas, normalmente solo se limita a recoger las opiniones de los combatientes sobre la batalla, perdiendo la idea de conjunto. Hay en Heródoto un poder divino que ordena el discurrir histórico y que actúa además como juez, en tanto que, castiga al que rebasa los límites fijados para el hombre. La soberbia, fruto de una excesiva prosperidad, desata el castigo de la divinidad sobre el culpable o sus descendientes. Esta creencia, presente en las tragedias de Esquilo y Sófocles, constituye la clave para explicar la sucesión de los acontecimientos y particularmente la dinámica de las Guerras Medicas: el orgullo y la soberbia de Jerjes, por querer rebasar las limitaciones humanas y así aproximarse a los dioses, tendrán un intenso castigo. Las historias de Creso, Polícrates y Cambises se basan en la misma creencia y son, de algún modo, preámbulos vaticinadores del desastre de Jerjes. Si la resonancia y envergadura histórica de la obra herodoteana ha sido siempre controvertida, el valor literario y la prosa de “Los Nueve Libros de la Historia”, son unánimemente reconocidos. Heródoto domina de manera magistral el arte de narrar. Adapta el tono narrativo al asunto que le ocupa, así lo vemos ser sencillo y ameno en pasajes pintorescos, lúdico e irónico cuando quiere satirizar algo y también grandioso en los momentos cruciales del enfrentamiento entre griegos y barbaros. Predomina en su prosa la sencillez y la espontaneidad, por ello, parece ser que en vez de escribir estuviera hablando.
Descripción : Memoria (Profesor de Educación Media en Historia y Geografía) -- Universidad del Bío-Bío. Chillán, 2018.
URI : http://repobib.ubiobio.cl/jspui/handle/123456789/2878
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